DE PSICOLOGOS Y PSIQUITRAS

 

DE PSICOLOGOS Y PSIQUITRAS

 

“Hay periodistas que necesitan un psiquiatra·” (Alberto Fernández)

 

 

 

 

El enojo presidencial lo lleva a formular diagnósticos respecto a la salud y el estado mental de algunos periodistas.

 

Poca paciencia registra para las notas críticas, los comentarios no complacientes y la palabra punzante. 

 

Ante planteos de inseguridad, ya recomendó la consulta al psicólogo, para calmar sensaciones y ansiedades; también compartió insultos en su cuenta personal de Twiter; ridiculizó preguntas y proclamó la necesidad de la atención psiquiátrica de algunos.

 

Muy atrás ha quedado el disfraz de moderado y equilibrado utilizado electoralmente para captar indecisos, desmemoriados y espantados culposos votantes de Macri.

 

La plataforma presidencial despoja las formas y alumbra la persona. Para conocer a un hombre, hay que darle poder.

 

El poder desvela como somos.

 

La información contrastada y veraz, la necesidad de saber que pasa a nuestro alrededor, la selección de información relevante, molesta al poder.

 

Cada quién toma una publicación o medio de referencia, las noticias o citas que les resulten creíbles, califica sus “Fake News” y se acompaña con el medio de confianza.

 

Desde el rescate del pionero  y clásico embate de Néstor:  “Que te pasa Clarin”, Cristina Kirchner, siempre  mantiene una obsesión con algunos periodistas y los “medios hegemónicos”, postura actualmente heredada por el otrora profesor y tolerante candidato, devenido en cruzado en similares términos. 

 

Ahora el presidente en sus embates contra algunos periodistas, lidera un movimiento contrahegemónico, a caballo del discurso épico y libertario.

 

Son luchas, colisiones, rupturas en torno a una forma de ver la realidad. 

 

Es un tiempo de disputa entre “periodismo independiente” y “periodismo militante” y en ello el desacuerdo parece irreconciliable.

 

Participa en alegre tertulia con las palabras dibujadas de Tute; comparte los recuerdos futboleros con el relator del relato, Víctor Hugo, y ambos descansan en nostalgias maradoneanas.

 

Entrega devoción y admiración a Verbisky, en charlas que derrochan ansias de aprobación y reconocimiento, por parte del conductor ideológico.

 

Ante los militantes, fluye el diálogo amable y se relaja el inconsciente. No hay tensión, ya que faltan las sorpresas y el devenir de la conversación no registra matices disonantes. Todo es previsible y atento.

 

Frente a la adversidad periodística, al verbo picante, picaresco y crítico, desenfunda el enojo. Contestatario, agresivo. Imprudente, innecesariamente.

 

La molestia, ante la pregunta incómoda se hace presente. No hay disimulo posible. 

 

El problema no es de los otros. Es propio. Pérdida de la autoconciencia y el control.

 

Gana el enfado ante el interlocutor no complaciente. Los periodistas adversos lo suben al escenario. Pierde compostura. 

El micrófono buscará con ahínco la impostura presidencial. 

 

Al no poder gestionar su ira adecuadamente, cae víctima de la irritación y la cólera. Varía en la intensidad.

 El lugar común es mandar a los inquisidores a la consulta médica y evitar la propia.

 

Despojado de sus formas electorales, aparece el personaje auténtico.

 

En un sesgo de Pirandello, el Presidente porta dos máscaras. Tensión entre lo que es y lo que debe ser.

 Como personaje, siempre corre en busca de su autor. Se desvela en el afán.

 

La ira le dice  presente en las situaciones de conflictos con los periodistas.

 

La intolerancia tiene sus reflejos en la conducta gestual y en las palabras, pero debe buscar la causa del enfado y expresarlo de manera adecuada.

 

Exigir respeto hacia la investidura presidencial no es incompatible con respetar a los demás.

 

Los censores del periodismo y la verdad son los lectores y, eventualmente los instrumentos legales, y los jueces, para los excesos.

 

El presidente discurre entre periodistas buenos y malos. Esa elección es de la gente. Su deber es tratar a todos por igual.